Por
Martín Romero
Aviones en vuelo rasante sobre Ankara. El
Parlamento y las oficinas del MIT, bombardeado s por aviones F-16 que
despegaron de la base de Incirlik, esa
base asignada a la OTAN, pero que el gobierno del AKP no quería habilitar para
la Coalición anti-ISIS. El presidente Erdogan volando en avión y llamando como
buen hipócrita a “defender la democracia”. El primer ministro Yildrim subido a
una épica de guerra. Efectivos del régimen sirio, en Latakia, festejando con
disparos de ametralladora el supuesto triunfo del golpe al otro lado de la
frontera. Los ministros de relaciones exteriores de EEUU y Rusia, John Kerry y
Sergei Lavrov, juntos y a la expectativa. Como mirando un partido de fútbol en
el cual no demuestran alentar a ningún equipo pero si sabiendo por quien
apuestan, no emiten declaraciones en ningún sentido hasta no conocer el
resultado del match.
Los sublevados, militares profesionales, de
los más preparados y equipados que hay en el mundo, siendo derrotados por
policías, gendarmes y grupos parapoliciales leales al gobierno del AKP. Esos
soldados que muestran a diario su violencia criminal en la campaña contra el
pueblo kurdo encuentran una respuesta más violenta y criminal aún por los
supuestos “defensores del órden democrático”. Son linchados y decapitados una
vez que se rinden, como si hubieran caído en manos de Daesh.
Así fue como Erdogan vuelve en su caballo
alado, descendiendo victorioso sobre una alfombra roja, teñida por la sangre de
su campaña sobre los kurdos y el pueblo trabajador turco, suponiendo que lo
llevará a la grandeza de ser el nuevo Sultán. Logrará inclinar la balanza al
interior de los Lobos Grises a favor de la facción islamista, purgará a las
FFAA para encolumnarlas tras su figura y convertirlas en el Nuevo Ejército
Otomano. El Sultán del Palacio de las mil habitaciones, el admirador de Hitler,
hace eco de su “defensa del órden democrático” (y como regalo de Dios, según
sus propias palabras), en el mundo.
Organizaciones progresistas y de izquierda en
Occidente celebran la derrota de los militares sublevados, desconociendo que
esa victoria no es del pueblo turco, y que tiene un claro ganador, llamado
Recep Tayyip Erdogan. Imagino que no pensarán que este siniestro personaje es
un amante de la democracia. ¿Qué canal están viendo? De tan rara la situación,
termina siendo muy clara: Una camarilla de militares autoritarios, recostados
en la OTAN y alentados por los EEUU y Rusia intentan derrocar a un gobierno
autoritario. Este gobierno, enterado de antemano de la situación, obtiene su
propio Pearl Harbour interno, que le sirve como excusa perfecta para avanzar en
lo que no había podido hasta ahora. ¿Dónde está la victoria del pueblo turco,
que está en el medio de una guerra entre sectores autoritarios, que desprecian
la democracia?
Por ahora, el Sultán sigue siendo el hombre
fuerte. Ese que manda a las mujeres a hacer las tareas hogareñas. Ese que
moviliza a las fuerzas represivas contra las minorías. Ese que apoya
clandestinamente a la violencia extremista, hace negocios energéticos con Daesh
y usa a los servicios de inteligencia para realizar atentados terroristas
contra el propio pueblo turco. Con los militares, o con el AKP, Turquía solo
estará envuelta por el manto del autoritarismo.
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